No es el coronavirus, es el capitalismo

Las repercusiones del COVID-19 en los centros educativos.

La crisis ha empezado y parece culpa de un virus. Desde 2017 se sabía que se avecinaba una recesión económica, una crisis peor que la de 2008, que estaba más o menos programada para esta época. Cierto es que el coronavirus, ha sido el detonante final para que estalle la crisis, ya que ha hecho parar una enorme parte de la actividad económica. Sin embargo, esta crisis se preveía desde mucho antes y se debe a la naturaleza del sistema de mercado, en que la devaluación de la producción debido a la búsqueda constante de la productividad a costa de la disminución de mano de obra, la producción ilimitada como fin en sí mismo y la especulación que supone la acumulación de capital causa crisis cíclicas. Un equilibrio frágil que cualquier contratiempo podía hacer saltar. Estas crisis les sirven a los grandes empresarios para diversificar capital y reestructurar la economía a su favor. Para ellos es una cuestión de inversión, especulan con las acciones hasta que las venden antes de que estalle la burbuja y reinvierten en algo más seguro. Cuando viene la crisis la utilizan para justificar despidos, bajadas de sueldo, aumento del gasto público en el sector privado, y toda clase de medidas que hacen a las clases trabajadoras más vulnerables y a los grandes propietarios más poderosos. Concentrando cada vez la riqueza en menos manos. Esto ya lo vimos en 2008 y lo volveremos a ver, probablemente peor, en esta nueva crisis. Cada crisis que pasa es una vuelta más de tuerca, otro apretón a nuestros derechos que viene para quedarse. Como siempre, nos venderán que la solución está en el problema: incentivar más el libre mercado y dejar rienda suelta a los grandes inversores para que nos saquen de esta (de la misma manera que en la crisis de 2008 se dejaron entrar a los fondos buitres para que aportaran flujo de capital a la economía a costa de la especulación con una necesidad básica como la vivienda).

Pero la peculiaridad de la crisis que está empezando ahora, es que se camufla tras la imagen de un virus, que no solo distrae la atención del motivo real de la crisis, sino que garantiza al estado un control social extremo que no podría tener en circustancias normales y que nos neutraliza políticamente a la hora de organizarnos contra las medidas precarizadoras que realiza el capital mientras tanto. Mientras nos quitan los derechos, la utilización de las medidas extremas de seguridad contra el virus impide que hagamos nada al respecto. Esta crisis, este estado de alarma, tienen el verdadero potencial de llevar a cabo una reestructuración del orden socioeconómico a nivel mundial de manera que se mantengan y crezcan los grandes capitales. Tener el ejército en la calle y a millones de personas despedidas temporalmente no es baladí. El teletrabajo, la anulación de la mayoría de las relaciones sociales, el cierre de las fronteras, la prescindencia de una gran parte de la población… muchas de estas medidas ultra individualizadoras, totalitarias y precarizadoras pueden venir para quedarse si logran aumentar la productividad y el beneficio de los empresarios y hacernos más dóciles.

Pero no es nuestro objetivo especular sobre el origen de esta crisis o de qué manera pueden utilizar esta crisis a su favor, aunque nos podamos hacer ideas, sino tener en cuenta que esto lo van a pagar las de siempre y se van a enriquecer los de siempre. Tenemos que tener en cuenta que de alguna manera u otra, nos la van a intentar liar. Ya hemos visto las medidas que ha pedido el FMI para “combatir la crisis” (reducciones de jornada, reducciones en las pensiones, subidas de impuestos…), ya hemos visto cómo la patronal catalana ha pedido la facilitación de los despidos para “luchar contra el coronavirus”, ya hemos visto cómo están despidiendo a gente, obligando a vacaciones o realizando ERTEs por doquier. Esto es solo el principio, no sabemos lo que va a pasar, lo que sí que sabemos es que si nos tocan nuestros derechos va a haber que salir a la calle sí o sí.

Tampoco vamos a entrar a valorar hasta qué punto las medidas de seguridad son exageradas y contraproducentes (según los sanitarios parte del colapso se debe a la gran cantidad de gente que va al hospital por un catarro pensando que tiene el virus) o si al contrario, son insuficientes, porque eso es labor del personal sanitario. Pero sabemos que el capital no va a desaprovechar semejante situación para generar miedo que justifique políticas extremas de control. Los mismos que tienen los medios de comunicación son los mismos que tienen acciones en empresas que pueden lucrarse de esta situación, como las de reparto de comida. Porque la crisis nunca es crisis para todo el mundo. Porque Whatsapp no está en cuarentena, Netflix no está en cuarentena, ni Skype, ni Ubereats, ni Iberdrola, ni las farmacéuticas, ni el Banco Mundial.

Desde FEL, sin embargo, entendemos el problema que el COVID- 19 supone para nuestros mayores, personas de riesgo y el sistema sanitario. Por eso, nos parece irónico cómo nos han convencido a todos de que tomemos tantas precauciones (no decimos que sean malas), mientras se sigue mandando a la gente a trabajar sin protección, incluso teniendo que hacinarse en el transporte público para ello. Las prioridades están claras. O que todavía no se haya hablado de expropiar la sanidad privada para ponerla a los intereses de todas, lo cual sería bastante más efectivo, y se está dejando que se lucren con la salud y se rían en nuestra cara cobrando 300 euros por el test de coronavirus en las clínicas privadas. Para que luego digan que el mercado se regula solo. Asimismo, no podemos tolerar que el personal sanitario esté casi doblando horas sin ser remuneradas o que, incluso en un estado de alarma, haya menos personal sanitario que en 2011. De nada sirve que no salgamos de casa si no se invierte en sanidad, se contrata al personal necesario (sanitario y no sanitario) y se ponen los medios materiales.

Es una oportunidad para ver la explotación de los trabajos que nos mantienen: agricultoras, camioneros, cuidadoras, sanitarias, basureros, repartidoras, limpiadoras, empleadas del hogar… Gente que no puede teletrabajar porque tiene que mantener la vida. Y que, paradójicamente, son esa gente que tenía que cobrar menos y tener peores condiciones porque “su trabajo no era tan importante”. ¡Menos aplausos y mejores condiciones! La desvalorización de los trabajos vitales es más mortal que el COVID-19. Toda la estructura de producción que permite que ahora mismo estemos comiendo y pidiendo pizza en nuestra casa mata más que cualquier virus. Mata la tierra que produce esos alimentos, mata a la gente a la que se le roba esa tierra y a la gente que la trabaja, masacran a poblaciones por conseguir el petróleo que hace que toda esa cadena de producción siga fluyendo, mata a quienes se ahogan en el mediterráneo intentando cruzar a dónde van a parar sus recursos…

En el ámbito estudiantil nos encontramos ante una situación de incertidumbre. Mientras que se nos aplaza el curso desde el ministerio, se nos mantiene la fecha de los exámenes en las universidades, aunque con un cierre de actas aplazado. Al mismo tiempo, tratan de impartir contenido online y mantener la fecha de los trabajos. No podemos permitir que nos aplacen el curso y que también nos hagan trabajar desde casa. De momento no sabemos qué va a pasar, ni siquiera cuánto va a durar esta situación, pero si se alarga, exigiremos que el dinero de las matrículas sea devuelto. Tampoco vamos a permitir ERTEs, bajadas de sueldo o vacaciones obligadas a las trabajadoras de las universidades e institutos, ya sean de limpieza, mantenimiento, cafetería o reprografía. No vamos a dejar que esta crisis la paguen los de siempre para que los empresarios salgan más enriquecidos. Si hay que recortar de algún lado tendrá que ser de los más ricos, no de quienes que casi no tienen cómo se hace siempre.

En estos momentos la ineficiencia del mercado y del estado para hacer frente a estas crisis queda más que demostrada. Por ello, es buen momento para tejer redes entre nosotras, para ayudar a quienes necesiten cuidados de niños, a las personas mayores o con diversidad funcional que no puedan hacer la compra y para demostrar que podemos organizarnos solas y que es así como mejor funcionamos. En la universidad, tenemos que darnos apoyo pasándonos apuntes utilizando bancos de apuntes autogestionados (como el Servidor Libre de la UAM) y asegurando nuestros derechos como estudiantes, no permitiendo que recorten o que suban las tasas – como se hizo en la anterior crisis – haciendo de la universidad un espacio cada vez más elitista y mercantilizado. Asimismo, tenemos que apoyar a las trabajadoras, PAS y profesorado, en esta crisis ya que, lo más probable es que también les toque de lleno. Es buen momento para darnos voz a quienes formamos la universidad, para que la toma de decisiones esté en mano de quienes la vivimos y no de rectorado, el consejo de gobierno o de las empresas desde el consejo social, que poco entienden de la realidad de la universidad y solo miran por sus propios intereses. Ellos aplicarán una serie de medidas para “paliar” la crisis, pero como siempre, no preguntarán a quienes les afecten ¿Cuál será la solución a esta crisis? ¿Darle más poder a las empresas en la universidad o proteger los intereses de quienes la componen? Tristemente, solo se van a proteger nuestros intereses si lo hacemos nosotras mismas. Por eso quizás es buen momento para retomar las asambleas de facultad, porque es la gente que hace que funcione la universidad la que tiene que decidir qué hacer con esta situación.

¡Arriba las que luchan!

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